Habitar la esencia

Dicen que los tiempos de crisis contribuyen a que se agudice el ingenio. Y buenas dosis de ingenio debió de haber en los siempre difíciles inicios para que RUBÉN MUEDRA ESTUDIO DE ARQUITECTURA, fundado en puertas de la mayor crisis económica de las últimas décadas, haya logrado no sólo capear el temporal sino salir airoso de él hasta convertirse, una década después, en uno de los estudios de arquitectura de referencia de la Comunidad Valenciana.

Pero si sobre el ingenio se puso la primera piedra de su trayectoria, son el talento, la pasión y el trabajo duro los cimientos sólidos que han permitido su crecimiento continuo, siempre con la premisa grabada a fuego de ofrecer a los clientes una Arquitectura ‘responsable, creativa, libre y honesta’.

Responsable con el entorno y con la economía de medios.

Creativa y preocupada por la salida continua de la zona de confort.

Libre de ataduras, de tendencias y de prejuicios que impidan hacer de cada proyecto único y personal.

Honesta y respetuosa con los elementos que la componen, en busca de la sinceridad constructiva.

Hay arquitectos que construyen con la luz. También los hay que articulan su discurso teórico en torno a la materialidad, e incluso, en una sociedad que es cada vez más consciente de encontrarse ya zambullida de pleno en la era digital, son cada vez más frecuentes las arquitecturas de revista en las que predomina claramente la estética (la venustas vitrubiana), acarreando en algunos casos un daño colateral sobre la funcionalidad (utilitas).

Rubén Muedra no es un arquitecto de tendencias. Es un arquitecto de esencias. La esencia, entendida como aquello que constituye la naturaleza misma de las cosas, lo inmarcesible de ellas.

Sus arquitecturas, de estética depurada, se nos presentan en muchos casos repletas de lo que a simple vista parecen caprichos formales o aspectos aleatorios. Sin embargo, cuando uno les realiza una especie de autopsia arquitectónica y es capaz de desmembrar sus partes, estos caprichos pseudoaleatorios se descubren en todos los casos como una amalgama de respuestas complejas dadas a los condicionantes de un proyecto donde, aunque nada es fruto del azar, las cosas parecen ser así por accidente.

Posee por tanto la infrecuente habilidad de convertir algo tremendamente complejo en un elemento visualmente sencillo (que no simple), donde el alud de matices parece decirnos que el resultado final no concibe otra forma posible que la obtenida.

Así ocurre con la Casa Brise Soleil, donde el formalismo de la fachada -a priori facetada de manera aleatoria- se revela sin embargo como la respuesta necesaria para regular la entrada de luz natural en cada uno de los huecos de la vivienda.

Así ocurre en la Casa Concreto, de aspecto brutalista gracias a su fachada de hormigón visto, en la cual se practican muy pocos huecos pero ubicados con precisión quirúrgica en los puntos a los que se quiere abrir el interior de una vivienda conscientemente introvertida situada en un entorno marcadamente urbano.

O en la Casa Nobel, donde las bandejas de la fachada se presumen igualmente como un capricho formal que, sin embargo, delatan tras un más exhaustivo análisis presentar las inclinaciones y alturas necesarias para, por un lado controlar la luz en el interior en las distintas épocas del año y, por otro, ofrecer desde el interior las vistas de la naturaleza con ventanas a diferente altura, en función de si la perspectiva más habitual del usuario se produce de pie, sentado o incluso tumbado en la cama.

O en el caso de la Casa de la Duna, donde la esencia última del proyecto es sin duda su entorno, y por tanto la intervención se basa en reducir al mínimo el impacto en el mismo, generando huecos que parecen cuadros que adornan las paredes para convertirse en verdaderas obras de arte tan cambiantes como lo pueda ser el paisaje natural.

Viendo la muestra de proyectos destacados que este libro recoge –la cual resume una vasta obra pese a la juventud del estudio-, se le podría reprochar que no existe un lenguaje propio y claramente reconocible que abrace todos sus proyectos bajo el mismo patrón estético, como sí ocurre de manera más evidente en el caso de otros arquitectos.

Pero cuando cada proyecto se realiza en base a la esencia del mismo y se nutre de sus condicionantes primigenios, no puede haber una estética única. ¿Acaso no tiene cada cliente sus propias necesidades, en ocasiones incluso estéticas? ¿Acaso no es el entorno único y diferente para cada proyecto? Carece de sentido responder de la misma forma a los condicionantes que ofrece una vivienda situada frente al mar de una que lo hace en un entorno urbano. Plantear soluciones tipológicas iguales para huecos de una y otra es desaprovechar (o empacharse de) lo que el entorno ofrece. Y de modo similar ocurre con la materialidad de las envolventes. Y si proyectar sin tener en cuenta el entorno es descuidar una de las principales fuentes de información del proyecto, proyectar sin tener en cuenta las singularidades de cada cliente es olvidar lo que realmente es –debe ser- la Arquitectura: arte antropométrica. Esculturas creadas para ser habitadas; a la medida del hombre.

Y así lo tiene en cuenta el estudio de Rubén Muedra, capaz de capturar la esencia de los elementos que le permita ofrecer al cliente un espacio para ser habitado, para ser vivido y disfrutado, adaptado a sus necesidades y las del entorno en que se ubica, al que da respuesta en todos los casos de manera respetuosa pero valiente.

Tan pronto genera un proyecto longitudinal a partir de muros paralelos desplazados (Casa Tangente) que a partir de un volumen cúbico macizo al que apenas se practican algunos vaciados de forma meticulosa (Casa Grace). De la misma forma se combinan en el interior maderas, piedras y otros materiales naturales (Casa Cruz) como se materializan espacios tan puros que sólo parecen tener cabida el color blanco y el vidrio, y hasta la iluminación se oculta, como por temor de interrumpir lo inmaculado del conjunto (Casa Buganvilla).

Éste es el hilo conductor de su Arquitectura, el denominador común de sus proyectos. Lejos de ser un aspecto formal o material, el patrón que está presente en todas sus arquitecturas es el rigor por el detalle y la capacidad de adaptación para entender qué es superfluo y qué es esencial en cada proyecto, y destilar los elementos con rigor y precisión hasta conseguir que algo de gran complejidad compuesto de incontables factores se revele al usuario como algo decididamente sencillo.

Porque al no tratarse de un arquitecto de tendencias, no tiene voluntad ni pretensión de ser funcionalista, postmoderno o acaso minimalista. Se trata más bien, como explica Alberto Campo Baeza, de ser esencialista en tanto que, con una especie de rigor poético, se empleen los elementos estrictamente necesarios y no más que los necesarios (‘ommit needless words’).

Y así, y sólo así, se antoja posible que, en cada proyecto, pese a los tan diferentes condicionantes de partida, el resultado haga sencillo algo tan complejo como es Habitar la Esencia.

Raúl García García